sábado, agosto 20, 2016

Porfirio Diaz el heroe olvidado, Capitulo XXIV


PRISION EN PUEBLA
DEL 1o. DE MARZO AL 19 DE 
SEPTIEMBRE DE 1865.


La situación de los presos cambió grandemente en Puebla porque fueron entregados a fuerzas austriacas, que los encerraron en tres prisiones distintas, poniendo a los Generales, Coroneles y Tenientes Coroneles en el Fuerte de Loreto, allí los juntaron con otros prisioneros liberales entre quienes estaban el General Santiago Tapia y el General Arce.


Estando presos en el Fuerte de loreto los volvieron amonestar para que protestaran no tomar armas contra la intervención ni el imperio y la mayoría de los que estaban ahí protestaron, menos el General Tapia, el Coronel Castellanos, el Capitán de Artillería Don Ramón Reguera y por supuesto el General Porfirio Díaz.  El valiente Coronel Castellanos, no sólo se negó a protestar sino que lo hizo con palabras duras, por lo cual fue castigado severamente.

Transcurrido algún tiempo los pasaron al Convento de Santa Catarina, donde el General Díaz trató de fugarse haciendo una mina en el lugar que quedaba debajo de su cama, pero cuando estaba a punto de lograr su objetivo, los cambiaron subitamente al convento de la Compañía donde pudo evadirse. Estando allí pidió permiso para tomar algunos baños, se le concedió pero se le obligaba a salir con un sargento austriaco que le seguía a todas partes como su sombra, lo cual le molestaba mucho por lo cual ya no volvió a pedir permiso.

En esos días había quedado con el mando del puesto, el Barón Juan de Csismadia, Teniente de un Regimiento de Húngaros, un día le preguntó al General Díaz el motivo por el cual ya no acudía a bañarse, Díaz le contó cual había sido el problema, entonces el Teniente se ofreció a acompañarlo personalmente y así lo hizo, pero tuvo muchas precauciones como ocupar una silla frente al cuarto de baño y prohibir que fueran ocupados los baños contiguos a ambos lados y que no cerraran las puertas, exceptuando esta vigilancia lo trató con mucha cortesía. De esta forma entablaron una especie de amistad, un día el Teniente hungaro le dijo al General Díaz  que al negarse a protestar no le daba muchas esperanzas de quedar en libertad, pero que él le daría cierta libertad por considerarlo un hombre honesto pero que no abusara de esa licencia pues podría causarle la pérdida del puesto y quizás hasta la muerte, diciendo esto llamó al oficial de la guardia y le indicó que Díaz, podía salir todos los días sin previo permiso, aunque en los primeros días el General Díaz no hizo uso de esa licencia, poco despues comenzó a salir.  Esta consideración hacia el mexicano le costó caro al Teniente Csismadia, pues cuando regresó el Conde de Thum, le hizo un serio extramiento y lo puso en arresto porque había relajado la prisión del detenido.

Al ocupar la plaza de México el 21 de junio de 1867, el General Díaz encontró entre los prisioneros húngaros que tomó del enemigo, al Teniente Csismadia que había ascendido ya a Mayor, lo puso desde luego en  libertad y éste aprovechó su amistad para conseguir algunos favores y consideraciones para sus compatriotas que habían quedado prisioneros.

El mal éxito que había tenido el Conde de Thun en su campaña de la Sierra de Puebla, lo tenía de mal humor, al día siguiente de su arribo a Puebla, llegó a la prisión y llamó al General Díaz al salón de la Corte Marcial, ubicado en el mismo edificio y allí le indicó con maneras bastante rudas que firmara una carta previamente escrita, en la que  ordenaba al General Juan Francisco Lucas, que no fusilara a los prisioneros franceses, porque el Gobierno Imperial se proponía canjearlos por algunos compañeros en prisión y que él podría ser uno de los canjeados. El General Díaz respondió que no podía firmar semejante carta, y que si la firmaba le sería inutil, por que en su calidad de prisionero no podía dar órdenes, ni el General Lucas estaba obligado a obedecerlo.

El Conde Thun lo increpó asperamente y le dijo que no se figuraba que despues de nueve meses en prisión estuviera tan insolente y que el Barón Csismadia había hecho muy mal en brindarle tantas consideraciones que de haberse evadido aprovechandose de la buena fé de éste hubiera causado un grave perjuicio al Gobierno Imperial, en respuesta el General Díaz le dijo que mejor que él, conocía el Barón el carácter de los oficiales mexicanos, pues el nunca los había tenido cerca y los juzgaba por la actitud de los traidores que no se les parecían; y que las garantías que el Barón de Csismadia había tomado para su seguridad eran inquebrantables entre hombres de honor.

En ese mismo día el Conde de Thun ordenó la clausura de las ventanas que daban a la calle, no obstante que tenían fuertes rejas de hierro clavándolas y reforzándolas con gruesas tablas de madera, de modo que estaban obligados a usar luz artificial aún de día, porque tampoco entraba la luz por las puertas de nuestra prisión que daban al corredor, pues éste estaba convertido en salón por medio de una tapía que cubría sus arcos.

Aumentó también el servicio de centinelas de día y de noche en el interior de la prisión, prohibiéndo que a ninguna hora de la noche se aparagá la luz en los cuartos ni se cerraran las puertas, de modo que los centinelas que hacían su vigilancia en cada uno de los cuatro corredores que rodeaban el patio, entraban hacer estación algunas veces en los cuartos o cuando menos los examinaban mientras dormían.

SEGUNDA EVASION DE PUEBLA
20 DE SEPTIEMBRE DE 1865.


La actitud que siguió el General Thun para con Don Porfirio, obligó a éste a planear su evasión, lo había preparado para el 15 de septiembre día de su cumpleaños, pero coincidía esa fecha con el aniversario de la Independencia, no pudo realizar su propósito porque eatabán muy iluminadas las calles de Puebla, contiguas a su prisión, por lo que aplazó su resolución para llevarlo a cabo el día 20.. Había comprado caballos y monturas que tenía preparados en una casa en la cual no había más habitantes que su sirviente que era de entera confianza y arrendada por un su amigo de Puebla sin dar fianza como era la costumbre para no comprometer a nadie.


El teniente Coronel Guillermo Palomino y el Mayor Don Juan de la Luz, sus unicos confidentes entre los compañeros de prisión, invitaron a jugar naipes, a los demás compañeros para tenerlos distraidos y juntos la noche en que se evadió El General Porfirio y no pudieran percatarse de lo que pasaba.  En la tarde del día 20 había añadido y envuelto en forma de esfera tres reatas y dejado otra en su equipaje, y una daga bien afilada como única arma para defenderse en caso de agresión.  Luego que pasó el toque de silencio se fue a un salón destechado y como por esa circunstancia estaba convertido en azotehuela y en donde la entrada y salida de los prisioneros no llamaba la atención de los centinelas porque habían allí inodoros. Se dirigió a ese lugar llevando las tres reatas envueltas en un lienzo gris y después de cerciorarse de que no había otra persona en la azotehuela, los arrojó a la azotea, y con la otra reata que le quedaba lazó una canal de piedra, que le pareció muy fuerte, lo que hizo con mucha dificultad porque no podía distinguir la canal, pues no había más luz que el de las estrellas, por ser la noche muy oscura.  Después de tirar el lazó sin ver y solo calculando el lugar enque estaba la canal, logró acertar la lazada y haciendo algunos esfuerzos subió por la cuerda a la azotea, retirando la cuerda enseguida.

Después caminó por la azotea para la esquina de San Roque, punto señalado para su descenso, era muy peligroso, porque en la azotea del templo que dominaba toda la del convento, había un destacamento y un centinela que tenía por objeto cuidarlos por la azotea. La que el General Díaz recorría era sinuosa, porque cada una de las celdas tenía una bóveda semi-esférica, lo mismo que los espacios de los corredores comprendidos entre cada arco, así es que se deslizaba entre esas medias esferas y acostado sobre el suelo, caminaba hacía el pie de los centinelas, puesto que tenía que buscar el ángulo del patio antes de cambiar de dirección, La marcha diagonal que era más corta y más lejana del guardia, no podía ser sino aérea. Tenía muy a menudo que suspender su camino y explorar con el tacto, el terreno por donde tenía que pasar porque había sobre las azoteas muchos pequeños pedazos de vidrios que hacían mucho ruido al tocarlos, además de que eran muy frecuentes los relampagos. Como pudo llegó por fin a tocar el muro del templo, y como allí no podía verlo el centinela sino inclinándose demasiado, así que pudo continuar de pie y se asomó a  una ventana muy elevada que daba a la guardia de prevención, con objeto de ver si había alguna alarma, Corrió allí un gran peligro porque el piso era muy inclinado y muy resbaladizo debido a las lluvias y sin poderlo evitar se resbalaba hacía los cristales que eran poco resistentes y se vió en verdadero peligro de caer al precipicio, pues la altura de la ventana era considerable.

Al llegar a la esquina de la calle de San Roque por donde se había propuesto descender, era necesario pasar por una parte del convento que servía de casa al Capellán, que tenía el antecedente de haber denunciado poco antes ante la Corte Marcial, a los presos políticos que habían hecho una oradación que fue a dar a esa casa, por lo que fueron fusilados al día siguiente. Bajó a la azotehuela de la casa del capellán, en momentos en que entraba un joven que vivía en ella y que probablemente venía del teatro, pues estaba alegre tarareando una pieza musical.  El General Díaz esperó que se metiera a su cuarto y al poco salió con una vela encendida y se acercó al lugar donde estaba el, quien se escondió para que no lo viera y esperó a que regresara. Permaneció allí el tiempo necesario para concluir lo que había ido a hacer y regresó a su pieza sin darse cuenta de su presencia. Cuando consideró que ya estaba dormido, volvió a ascender a la azotea del convento por el lado del lote opuesto al en que le había servido para bajar y seguir su camino por la azotea a la esquina de san Roque y una calle nueva que se llamaba de Alatriste y que corta el convento, quedando de un lado las casas que han edificado los compradores, y del otro lado el convento. En la esquina hay una estatua de piedra de San Vicente Ferrer que era la que se proponía usar como apoyo para fijar su cuerda. El santo oscilaba mucho al tocarlo entonces para mayor seguridad fijó la cuerda no en él, sino en la piedra que le servia de pedestal y que era a la vez la angular del edificio, le pareció que si bajaba de esa esquina para la calle, podía ser visto por algún transeunte al descolgarse por la cuerda o ver la cuerda despues de su descenso y por esos motivos decidió bajarse a un lote del exconvento que estaba cercado pero no construído todavía, sin saber que al pie del edificio habían cerditos encerrados en un cercado formado con vigas.

Como al comenzar a descender giraba un poco el mecate el roce que sufría por la espalda con la pared, ocasionó que la daga que llevaba en el cinturón se saliera de la vaina, cayendo sobre los cochinos y probablemente hiriendo alguno porque hicieron mucho ruido y se alarmaron todavía más cuando lo vieron o más bien dicho lo sintieron caer sobre éllos Tuvo que dejar pasar un rato para que se aquietaran, con el temor de que el dueño llegara a defender a sus animales, suponiéndo que se los quisieran robar.  Cuando hubo pasado un poco el ruido, subió a la cerca del lote que daba a la calle, pero se vió obligado a retroceder porque en ese momento pasaba un gendarme recorriendo la calle y examinándo las cerraduras de las puertas, cuando se hubo retirado, descendió para la calle y seguió rapidamente para la casa donde tenía sus caballos, su criado y un guía.

Proximo capitulo: EL CAMINO DE PUEBLA PARA EL RANCHO DEL CORONEL BERNARDINO GARCIA y TEHUITZINGO


Porfirio Diaz el heroe olvidado, Capitulo XXIV


PRISION EN PUEBLA
DEL 1o. DE MARZO AL 19 DE 
SEPTIEMBRE DE 1865.


La situación de los presos cambió grandemente en Puebla porque fueron entregados a fuerzas austriacas, que los encerraron en tres prisiones distintas, poniendo a los Generales, Coroneles y Tenientes Coroneles en el Fuerte de Loreto, allí los juntaron con otros prisioneros liberales entre quienes estaban el General Santiago Tapia y el General Arce.


Estando presos en el Fuerte de loreto los volvieron amonestar para que protestaran no tomar armas contra la intervención ni el imperio y la mayoría de los que estaban ahí protestaron, menos el General Tapia, el Coronel Castellanos, el Capitán de Artillería Don Ramón Reguera y por supuesto el General Porfirio Díaz.  El valiente Coronel Castellanos, no sólo se negó a protestar sino que lo hizo con palabras duras, por lo cual fue castigado severamente.

Transcurrido algún tiempo los pasaron al Convento de Santa Catarina, donde el General Díaz trató de fugarse haciendo una mina en el lugar que quedaba debajo de su cama, pero cuando estaba a punto de lograr su objetivo, los cambiaron subitamente al convento de la Compañía donde pudo evadirse. Estando allí pidió permiso para tomar algunos baños, se le concedió pero se le obligaba a salir con un sargento austriaco que le seguía a todas partes como su sombra, lo cual le molestaba mucho por lo cual ya no volvió a pedir permiso.

En esos días había quedado con el mando del puesto, el Barón Juan de Csismadia, Teniente de un Regimiento de Húngaros, un día le preguntó al General Díaz el motivo por el cual ya no acudía a bañarse, Díaz le contó cual había sido el problema, entonces el Teniente se ofreció a acompañarlo personalmente y así lo hizo, pero tuvo muchas precauciones como ocupar una silla frente al cuarto de baño y prohibir que fueran ocupados los baños contiguos a ambos lados y que no cerraran las puertas, exceptuando esta vigilancia lo trató con mucha cortesía. De esta forma entablaron una especie de amistad, un día el Teniente hungaro le dijo al General Díaz  que al negarse a protestar no le daba muchas esperanzas de quedar en libertad, pero que él le daría cierta libertad por considerarlo un hombre honesto pero que no abusara de esa licencia pues podría causarle la pérdida del puesto y quizás hasta la muerte, diciendo esto llamó al oficial de la guardia y le indicó que Díaz, podía salir todos los días sin previo permiso, aunque en los primeros días el General Díaz no hizo uso de esa licencia, poco despues comenzó a salir.  Esta consideración hacia el mexicano le costó caro al Teniente Csismadia, pues cuando regresó el Conde de Thum, le hizo un serio extramiento y lo puso en arresto porque había relajado la prisión del detenido.

Al ocupar la plaza de México el 21 de junio de 1867, el General Díaz encontró entre los prisioneros húngaros que tomó del enemigo, al Teniente Csismadia que había ascendido ya a Mayor, lo puso desde luego en  libertad y éste aprovechó su amistad para conseguir algunos favores y consideraciones para sus compatriotas que habían quedado prisioneros.

El mal éxito que había tenido el Conde de Thun en su campaña de la Sierra de Puebla, lo tenía de mal humor, al día siguiente de su arribo a Puebla, llegó a la prisión y llamó al General Díaz al salón de la Corte Marcial, ubicado en el mismo edificio y allí le indicó con maneras bastante rudas que firmara una carta previamente escrita, en la que  ordenaba al General Juan Francisco Lucas, que no fusilara a los prisioneros franceses, porque el Gobierno Imperial se proponía canjearlos por algunos compañeros en prisión y que él podría ser uno de los canjeados. El General Díaz respondió que no podía firmar semejante carta, y que si la firmaba le sería inutil, por que en su calidad de prisionero no podía dar órdenes, ni el General Lucas estaba obligado a obedecerlo.

El Conde Thun lo increpó asperamente y le dijo que no se figuraba que despues de nueve meses en prisión estuviera tan insolente y que el Barón Csismadia había hecho muy mal en brindarle tantas consideraciones que de haberse evadido aprovechandose de la buena fé de éste hubiera causado un grave perjuicio al Gobierno Imperial, en respuesta el General Díaz le dijo que mejor que él, conocía el Barón el carácter de los oficiales mexicanos, pues el nunca los había tenido cerca y los juzgaba por la actitud de los traidores que no se les parecían; y que las garantías que el Barón de Csismadia había tomado para su seguridad eran inquebrantables entre hombres de honor.

En ese mismo día el Conde de Thun ordenó la clausura de las ventanas que daban a la calle, no obstante que tenían fuertes rejas de hierro clavándolas y reforzándolas con gruesas tablas de madera, de modo que estaban obligados a usar luz artificial aún de día, porque tampoco entraba la luz por las puertas de la prisión que daban al corredor, pues éste estaba convertido en salón por medio de una tapía que cubría sus arcos.

Aumentó también el servicio de centinelas de día y de noche en el interior de la prisión, prohibiéndo que a ninguna hora de la noche se aparagá la luz en los cuartos ni se cerraran las puertas, de modo que los centinelas que hacían su vigilancia en cada uno de los cuatro corredores que rodeaban el patio, entraban hacer estación algunas veces en los cuartos o cuando menos los examinaban mientras dormían.

SEGUNDA EVASION DE PUEBLA
20 DE SEPTIEMBRE DE 1865.


La actitud que siguió el General Thun para con Don Porfirio, obligó a éste a planear su evasión, lo había preparado para el 15 de septiembre día de su cumpleaños, pero coincidía esa fecha con el aniversario de la Independencia, no pudo realizar su propósito porque eatabán muy iluminadas las calles de Puebla, contiguas a su prisión, por lo que aplazó su resolución para llevarlo a cabo el día 20.. Había comprado caballos y monturas que tenía preparados en una casa en la cual no había más habitantes que su sirviente que era de entera confianza y arrendada por un su amigo de Puebla sin dar fianza como era la costumbre para no comprometer a nadie.


El teniente Coronel Guillermo Palomino y el Mayor Don Juan de la Luz, sus unicos confidentes entre los compañeros de prisión, invitaron a jugar naipes, a los demás compañeros para tenerlos distraidos y juntos la noche en que se evadió El General Porfirio y no pudieran percatarse de lo que pasaba.  En la tarde del día 20 había añadido y envuelto en forma de esfera tres reatas y dejado otra en su equipaje, y una daga bien afilada como única arma para defenderse en caso de agresión.  Luego que pasó el toque de silencio se fue a un salón destechado y como por esa circunstancia estaba convertido en azotehuela y en donde la entrada y salida de los prisioneros no llamaba la atención de los centinelas porque habían allí inodoros. Se dirigió a ese lugar llevando las tres reatas envueltas en un lienzo gris y después de cerciorarse de que no había otra persona en la azotehuela, los arrojó a la azotea, y con la otra reata que le quedaba lazó una canal de piedra, que le pareció muy fuerte, lo que hizo con mucha dificultad porque no podía distinguir la canal, pues no había más luz que el de las estrellas, por ser la noche muy oscura.  Después de tirar el lazó sin ver y solo calculando el lugar enque estaba la canal, logró acertar la lazada y haciendo algunos esfuerzos subió por la cuerda a la azotea, retirando la cuerda enseguida.

Después caminó por la azotea para la esquina de San Roque, punto señalado para su descenso, era muy peligroso, porque en la azotea del templo que dominaba toda la del convento, había un destacamento y un centinela que tenía por objeto cuidarlos por la azotea. La que el General Díaz recorría era sinuosa, porque cada una de las celdas tenía una bóveda semi-esférica, lo mismo que los espacios de los corredores comprendidos entre cada arco, así es que se deslizaba entre esas medias esferas y acostado sobre el suelo, caminaba hacía el pie de los centinelas, puesto que tenía que buscar el ángulo del patio antes de cambiar de dirección, La marcha diagonal que era más corta y más lejana del guardia, no podía ser sino aérea. Tenía muy a menudo que suspender su camino y explorar con el tacto, el terreno por donde tenía que pasar porque había sobre las azoteas muchos pequeños pedazos de vidrios que hacían mucho ruido al tocarlos, además de que eran muy frecuentes los relampagos. Como pudo llegó por fin a tocar el muro del templo, y como allí no podía verlo el centinela sino inclinándose demasiado, así que pudo continuar de pie y se asomó a  una ventana muy elevada que daba a la guardia de prevención, con objeto de ver si había alguna alarma, Corrió allí un gran peligro porque el piso era muy inclinado y muy resbaladizo debido a las lluvias y sin poderlo evitar se resbalaba hacía los cristales que eran poco resistentes y se vió en verdadero peligro de caer al precipicio, pues la altura de la ventana era considerable.

Al llegar a la esquina de la calle de San Roque por donde se había propuesto descender, era necesario pasar por una parte del convento que servía de casa al Capellán, que tenía el antecedente de haber denunciado poco antes ante la Corte Marcial, a los presos políticos que habían hecho una oradación que fue a dar a esa casa, por lo que fueron fusilados al día siguiente. Bajó a la azotehuela de la casa del capellán, en momentos en que entraba un joven que vivía en ella y que probablemente venía del teatro, pues estaba alegre tarareando una pieza musical.  El General Díaz esperó que se metiera a su cuarto y al poco salió con una vela encendida y se acercó al lugar donde estaba el, quien se escondió para que no lo viera y esperó a que regresara. Permaneció allí el tiempo necesario para concluir lo que había ido a hacer y regresó a su pieza sin darse cuenta de su presencia. Cuando consideró que ya estaba dormido, volvió a ascender a la azotea del convento por el lado del lote opuesto al en que le había servido para bajar y seguir su camino por la azotea a la esquina de san Roque y una calle nueva que se llamaba de Alatriste y que corta el convento, quedando de un lado las casas que han edificado los compradores, y del otro lado el convento. En la esquina hay una estatua de piedra de San Vicente Ferrer que era la que se proponía usar como apoyo para fijar su cuerda. El santo oscilaba mucho al tocarlo entonces para mayor seguridad fijó la cuerda no en él, sino en la piedra que le servia de pedestal y que era a la vez la angular del edificio, le pareció que si bajaba de esa esquina para la calle, podía ser visto por algún transeunte al descolgarse por la cuerda o ver la cuerda despues de su descenso y por esos motivos decidió bajarse a un lote del exconvento que estaba cercado pero no construído todavía, sin saber que al pie del edificio habían cerditos encerrados en un cercado formado con vigas.

Como al comenzar a descender giraba un poco el mecate el roce que sufría por la espalda con la pared, ocasionó que la daga que llevaba en el cinturón se saliera de la vaina, cayendo sobre los cochinos y probablemente hiriendo alguno porque hicieron mucho ruido y se alarmaron todavía más cuando lo vieron o más bien dicho lo sintieron caer sobre éllos Tuvo que dejar pasar un rato para que se aquietaran, con el temor de que el dueño llegara a defender a sus animales, suponiéndo que se los quisieran robar.  Cuando hubo pasado un poco el ruido, subió a la cerca del lote que daba a la calle, pero se vió obligado a retroceder porque en ese momento pasaba un gendarme recorriendo la calle y examinándo las cerraduras de las puertas, cuando se hubo retirado, descendió para la calle y seguió rapidamente para la casa donde tenía sus caballos, su criado y un guía.

Proximo capitulo: EL CAMINO DE PUEBLA PARA EL RANCHO DEL CORONEL BERNARDINO GARCIA y TEHUITZINGO


viernes, agosto 05, 2016

Porfirio Diaz el heroe olvidado, Capitulo XXIII

RENDICION DE OAXACA
DEL 8 AL 9 DE FEBRERO DE 1865.

Por los motivos antes descritos al General Porfirio Díaz no le quedó más remedio que entregar la plaza, como a las diez de la noche del día 8 de febrero de 1865, se dirigió al Cuartel General de Montoya, sin previo armisticio, acompañado de los Coroneles Apolonio Angulo y José Ignacio Echegaray a quienes intencionalmente llevó para que presenciaran la entrevista con General Bazaine al entregar el sitio de Oaxaca porque  no podía defenderse ya y que estaba a su disposicion, éste creyendo que éllo equivalia a su sumisión al imperio, le dijo que se alegraba mucho de que volviera de su extravío que el calificó de ser muy grande al tomar las armas contra su soberano.   El General Díaz le contestó que ni se adhería ni reconocía el imperio que le era tan hostil como lo había sido mientras estuvo detrás de sus cañones, pero que la resistencia era imposible y el sacrificio estéril porque ya no tenía hombres ni armas.  Despues habló el General Bazaine de ciertas dificultades que los franceses podían tener para ocupar la plaza, porque sabían que había muchas minas, las cuales posiblemente podían estallar, el General Díaz le contestó que efectivamente había algunas, pero que se había visto en la necesidad de descargarlas con el objeto de hacer cartuchos, porque no tenía municiones con que defenderse, que facilmente podían descargarlas las pocas que quedaban, porque se sabía bien el lugar en que estaban y mandaría a un oficial de artillería para ese fín.  Así se hizo aunque siempre estalló una mina porque un zuavo tiro imprudentemente la piola y causó explosión, Después se dió la orden de suspender los fuegos dominantes de los cerros.  Ya no se volvió hacer uso de las armas y el General Díaz y Compañía fueron retenidos en el cuartel general el resto de la noche. En la madrugada de esa misma noche el General Diaz por acuerdo del General Bazine  mandó al Coronel Echaragay con instrucciones de que se entregaran otros puntos al enemigo y despues que amaneció Bazaine mandó a Díaz a la plaza con Don Juán Pablo Franco y una escolta de Cazadores de Africa, Para que Don Porfirio diera orden de que se permitiera la entrada a los franceses, y en seguida llegó el General Brincount con su regimiento hasta el Palacio del Estado, tomando de esta manera posesión de la ciudad el ejército francés.


CONDUCCION A PUEBLA COMO
PRISIONERO DE GUERRA
DEL 10 AL 28 DE FEBRERO DE 1865.

Despues de haber rendido la plaza a los franceses, el General Diaz, obiamente muy trizte  pasó a Montoya y de allí fue conducido en la noche del día 9 para Etla, como prisionero de guerra, con escolta y excesiva vigilancia al mando del Comandante Chapie.  Así llegó a Etla en compañía de los licenciados Justo Benitez y Miguel Castellanos Sánchez y de los Generales Cristóbal Salinas y José María Ballesteros y de los Coroneles Ignacio Echegaray y Apolonio Angulo.  En Etla fueron alojados en casa de Don José María Filio, una da las mejores del lugar en la cual anteriormente estuvo el General Bazaine.



Estando en Etla se le presentó el Mayor de Caballería Vizconde de Kelan, que había pertenecido al Estado Mayor del Emperador Napoleón, según él le contó al General Díaz,  que entonces servía en Húsares de la Guardia Real, el Vizconde se encargó de sus custodias hasta Puebla y los trató con mucha amabilidad, pero a la vez con mucha vigilancia y tomando toda clase de precauciones. Varias veces pedía permiso al General Díaz, para dar el primer toque de marcha y le preguntaba con frecuencia si deseaba hacer alto en algún punto, y así llegaros a Puebla. De Etla a Puebla fueron por el camino de la Mixteca y Acatlán, y siguiendo al General Bazaine en su regreso a la ciudad de México.

Proximo capitulo: PRISION EN PUEBLA y SEGUNDA EVASION DE PUEBLA