PRISION EN PUEBLA
DEL 1o. DE MARZO AL 19 DE
SEPTIEMBRE DE 1865.
La situación de los
presos cambió grandemente en Puebla porque fueron entregados a fuerzas
austriacas, que los encerraron en tres prisiones distintas, poniendo a los
Generales, Coroneles y Tenientes Coroneles en el Fuerte de Loreto, allí los
juntaron con otros prisioneros liberales entre quienes estaban el General
Santiago Tapia y el General Arce.
Estando presos en el Fuerte de loreto los volvieron amonestar para
que protestaran no tomar armas contra la intervención ni el imperio y la
mayoría de los que estaban ahí protestaron, menos el General Tapia, el Coronel
Castellanos, el Capitán de Artillería Don Ramón Reguera y por supuesto el
General Porfirio Díaz. El valiente Coronel Castellanos, no sólo se negó a
protestar sino que lo hizo con palabras duras, por lo cual fue castigado
severamente.
Transcurrido algún tiempo los pasaron al Convento de Santa
Catarina, donde el General Díaz trató de fugarse haciendo una mina en el lugar
que quedaba debajo de su cama, pero cuando estaba a punto de lograr su
objetivo, los cambiaron subitamente al convento de la Compañía donde pudo
evadirse. Estando allí pidió permiso para tomar algunos baños, se le concedió
pero se le obligaba a salir con un sargento austriaco que le seguía a todas
partes como su sombra, lo cual le molestaba mucho por lo cual ya no volvió a
pedir permiso.
En esos días había quedado con el mando del puesto, el Barón Juan
de Csismadia, Teniente de un Regimiento de Húngaros, un día le preguntó al
General Díaz el motivo por el cual ya no acudía a bañarse, Díaz le contó cual
había sido el problema, entonces el Teniente se ofreció a acompañarlo
personalmente y así lo hizo, pero tuvo muchas precauciones como ocupar una
silla frente al cuarto de baño y prohibir que fueran ocupados los baños
contiguos a ambos lados y que no cerraran las puertas, exceptuando esta
vigilancia lo trató con mucha cortesía. De esta forma entablaron una especie de
amistad, un día el Teniente hungaro le dijo al General Díaz que al
negarse a protestar no le daba muchas esperanzas de quedar en libertad, pero
que él le daría cierta libertad por considerarlo un hombre honesto pero que no
abusara de esa licencia pues podría causarle la pérdida del puesto y quizás
hasta la muerte, diciendo esto llamó al oficial de la guardia y le indicó que
Díaz, podía salir todos los días sin previo permiso, aunque en los primeros
días el General Díaz no hizo uso de esa licencia, poco despues comenzó a salir.
Esta consideración hacia el mexicano le costó caro al Teniente Csismadia,
pues cuando regresó el Conde de Thum, le hizo un serio extramiento y lo puso en arresto porque había relajado la prisión del detenido.
Al ocupar la plaza de México el 21 de junio de 1867, el General
Díaz encontró entre los prisioneros húngaros que tomó del enemigo, al Teniente
Csismadia que había ascendido ya a Mayor, lo puso desde luego en libertad
y éste aprovechó su amistad para conseguir algunos favores y consideraciones para
sus compatriotas que habían quedado prisioneros.
El mal éxito que había tenido el Conde de Thun en su campaña de la
Sierra de Puebla, lo tenía de mal humor, al día siguiente de su arribo a
Puebla, llegó a la prisión y llamó al General Díaz al salón de la Corte
Marcial, ubicado en el mismo edificio y allí le indicó con maneras bastante
rudas que firmara una carta previamente escrita, en la que ordenaba al General Juan Francisco Lucas, que no fusilara a los prisioneros
franceses, porque el Gobierno Imperial se proponía canjearlos por algunos
compañeros en prisión y que él podría ser uno de los canjeados. El General Díaz
respondió que no podía firmar semejante carta, y que si la firmaba le sería
inutil, por que en su calidad de prisionero no podía dar órdenes, ni el General
Lucas estaba obligado a obedecerlo.
El Conde Thun lo increpó asperamente y le dijo que no se figuraba
que despues de nueve meses en prisión estuviera tan insolente y que el Barón
Csismadia había hecho muy mal en brindarle tantas consideraciones que de
haberse evadido aprovechandose de la buena fé de éste hubiera causado un grave
perjuicio al Gobierno Imperial, en respuesta el General Díaz le dijo que mejor
que él, conocía el Barón el carácter de los oficiales mexicanos, pues el nunca
los había tenido cerca y los juzgaba por la actitud de los traidores que no se
les parecían; y que las garantías que el Barón de Csismadia había tomado para
su seguridad eran inquebrantables entre hombres de honor.
En ese mismo día el Conde de Thun ordenó la clausura de las
ventanas que daban a la calle, no obstante que tenían fuertes rejas de hierro
clavándolas y reforzándolas con gruesas tablas de madera, de modo que estaban
obligados a usar luz artificial aún de día, porque tampoco entraba la luz por
las puertas de nuestra prisión que daban al corredor, pues éste estaba
convertido en salón por medio de una tapía que cubría sus arcos.
Aumentó también el servicio de centinelas de día y de noche en el
interior de la prisión, prohibiéndo que a ninguna hora de la noche se aparagá
la luz en los cuartos ni se cerraran las puertas, de modo que los centinelas
que hacían su vigilancia en cada uno de los cuatro corredores que rodeaban el
patio, entraban hacer estación algunas veces en los cuartos o cuando menos los
examinaban mientras dormían.
SEGUNDA EVASION DE PUEBLA
20 DE SEPTIEMBRE DE 1865.
La actitud que siguió el
General Thun para con Don Porfirio, obligó a éste a planear su evasión, lo
había preparado para el 15 de septiembre día de su cumpleaños, pero coincidía
esa fecha con el aniversario de la Independencia, no pudo realizar su propósito
porque eatabán muy iluminadas las calles de Puebla, contiguas a su prisión, por
lo que aplazó su resolución para llevarlo a cabo el día 20.. Había comprado
caballos y monturas que tenía preparados en una casa en la cual no había más
habitantes que su sirviente que era de entera confianza y arrendada por un su
amigo de Puebla sin dar fianza como era la costumbre para no comprometer a
nadie.
El teniente Coronel Guillermo Palomino y el Mayor Don Juan de la
Luz, sus unicos confidentes entre los compañeros de prisión, invitaron a jugar
naipes, a los demás compañeros para tenerlos distraidos y juntos la noche en
que se evadió El General Porfirio y no pudieran percatarse de lo que pasaba.
En la tarde del día 20 había añadido y envuelto en forma de esfera tres
reatas y dejado otra en su equipaje, y una daga bien afilada como única arma
para defenderse en caso de agresión. Luego que pasó el toque de silencio
se fue a un salón destechado y como por esa circunstancia estaba convertido en
azotehuela y en donde la entrada y salida de los prisioneros no llamaba la
atención de los centinelas porque habían allí inodoros. Se dirigió a ese lugar
llevando las tres reatas envueltas en un lienzo gris y después de cerciorarse
de que no había otra persona en la azotehuela, los arrojó a la azotea, y con la
otra reata que le quedaba lazó una canal de piedra, que le pareció muy fuerte,
lo que hizo con mucha dificultad porque no podía distinguir la canal, pues no
había más luz que el de las estrellas, por ser la noche muy oscura.
Después de tirar el lazó sin ver y solo calculando el lugar enque estaba
la canal, logró acertar la lazada y haciendo algunos esfuerzos subió por la
cuerda a la azotea, retirando la cuerda enseguida.
Después caminó por la azotea para la esquina de San Roque, punto
señalado para su descenso, era muy peligroso, porque en la azotea del templo
que dominaba toda la del convento, había un destacamento y un centinela que
tenía por objeto cuidarlos por la azotea. La que el General Díaz recorría era
sinuosa, porque cada una de las celdas tenía una bóveda semi-esférica, lo mismo
que los espacios de los corredores comprendidos entre cada arco, así es que se
deslizaba entre esas medias esferas y acostado sobre el suelo, caminaba hacía
el pie de los centinelas, puesto que tenía que buscar el ángulo del patio antes
de cambiar de dirección, La marcha diagonal que era más corta y más lejana del
guardia, no podía ser sino aérea. Tenía muy a menudo que suspender su camino y
explorar con el tacto, el terreno por donde tenía que pasar porque había sobre
las azoteas muchos pequeños pedazos de vidrios que hacían mucho ruido al
tocarlos, además de que eran muy frecuentes los relampagos. Como pudo llegó por
fin a tocar el muro del templo, y como allí no podía verlo el centinela sino
inclinándose demasiado, así que pudo continuar de pie y se asomó a una
ventana muy elevada que daba a la guardia de prevención, con objeto de ver si
había alguna alarma, Corrió allí un gran peligro porque el piso era muy
inclinado y muy resbaladizo debido a las lluvias y sin poderlo evitar se
resbalaba hacía los cristales que eran poco resistentes y se vió en verdadero
peligro de caer al precipicio, pues la altura de la ventana era considerable.
Al llegar a la esquina de la calle de San Roque por donde se había
propuesto descender, era necesario pasar por una parte del convento que servía
de casa al Capellán, que tenía el antecedente de haber denunciado poco antes
ante la Corte Marcial, a los presos políticos que habían hecho una oradación
que fue a dar a esa casa, por lo que fueron fusilados al día siguiente. Bajó a
la azotehuela de la casa del capellán, en momentos en que entraba un joven que
vivía en ella y que probablemente venía del teatro, pues estaba alegre
tarareando una pieza musical. El General Díaz esperó que se metiera a su
cuarto y al poco salió con una vela encendida y se acercó al lugar donde estaba
el, quien se escondió para que no lo viera y esperó a que regresara. Permaneció
allí el tiempo necesario para concluir lo que había ido a hacer y regresó a su
pieza sin darse cuenta de su presencia. Cuando consideró que ya estaba dormido,
volvió a ascender a la azotea del convento por el lado del lote opuesto al en
que le había servido para bajar y seguir su camino por la azotea a la esquina
de san Roque y una calle nueva que se llamaba de Alatriste y que corta el
convento, quedando de un lado las casas que han edificado los compradores, y
del otro lado el convento. En la esquina hay una estatua de piedra de San
Vicente Ferrer que era la que se proponía usar como apoyo para fijar su cuerda.
El santo oscilaba mucho al tocarlo entonces para mayor seguridad fijó la cuerda
no en él, sino en la piedra que le servia de pedestal y que era a la vez la angular
del edificio, le pareció que si bajaba de esa esquina para la calle, podía ser
visto por algún transeunte al descolgarse por la cuerda o ver la cuerda despues
de su descenso y por esos motivos decidió bajarse a un lote del exconvento que
estaba cercado pero no construído todavía, sin saber que al pie del edificio
habían cerditos encerrados en un cercado formado con vigas.
Como al comenzar a descender giraba un poco el mecate el roce que
sufría por la espalda con la pared, ocasionó que la daga que llevaba en el
cinturón se saliera de la vaina, cayendo sobre los cochinos y probablemente
hiriendo alguno porque hicieron mucho ruido y se alarmaron todavía más cuando
lo vieron o más bien dicho lo sintieron caer sobre éllos Tuvo que dejar pasar
un rato para que se aquietaran, con el temor de que el dueño llegara a defender
a sus animales, suponiéndo que se los quisieran robar. Cuando hubo pasado
un poco el ruido, subió a la cerca del lote que daba a la calle, pero se vió
obligado a retroceder porque en ese momento pasaba un gendarme recorriendo la
calle y examinándo las cerraduras de las puertas, cuando se hubo retirado,
descendió para la calle y seguió rapidamente para la casa donde tenía sus
caballos, su criado y un guía.
Proximo capitulo: EL CAMINO DE PUEBLA PARA EL RANCHO DEL CORONEL BERNARDINO GARCIA y TEHUITZINGO