Buenas tardes amigos lectores, disculpen
que hasta hoy voy a publicar, por andar en campaña de
proselitismo, como ya se habrán dado
cuenta en el banner.
Hoy les narraré una de tantas leyendas
chiapanecas que abundan por estos lares, espero les guste.
Sucedió hace muchos años, en un pequeño
poblado de este bellísimo terruño. Eran dos hermanos Juan y Benjamín, vivían
solos en un ranchito que les dejaron sus padres, Juan el mayor se encargaba de
administrar el rancho, ambos eran buenos muchachos trabajaban en la milpa y la
hortaliza tenían dos caballos y dos burros que les ayudaban en las labores del
campo.
Ese día, Juan le dijo a su hermano:
Necesito ir al pueblo para arreglar algunos asuntos, si me agarra la noche me
quedaré en el pueblo y mañana tempranito regresaré a la casa, te pido que en
cuanto oscurezca te metas a la casa y atranques bien las puertas y no le abras
a nadie.
Benjamín trabajó todo el día y al caer la
noche entró a su vivienda y cerró muy bien las dos puertas, una que daba al
frente y la otra al traspatio, encendió los quinqués y después de tomar café
con pan (Que es la nutritiva cena de todo buen chiapaneco), se acostó y
como estaba cansado cayó como piedra.
No supo qué hora era, cuando de pronto
escuchó unos relinchos endemoniados, y pisadas de muchos caballos como si
el infierno hubiera abierto sus puertas y soltado a su caballería, que
arrasaban todo a su paso, armándose de valor decidió ver por una pequeña
rendija y a la débil luz de la luna, pudo ver que la milpa se movía y se movía,
pero no vio nada mas, tuvo el impulso de salir pero el miedo lo paralizó, y sintió
algo húmedo que le mojaba los calzones, de pronto el ruido cesó y solo se
escuchaba el galopar de un caballo que se acercaba a la casa, escuchó claramente cuando el jinete se apeó de su montura, y haciendo resonar sus
espuelas en forma escalofriante se acercó a la puerta. Para ese entonces Benjamín
ya no sentía lo duro sino lo tupido, unos fuertes toquidos y una voz cavernosa
de ultratumba, que luego escuchó, hizo que el pelo se le erizara.
-¡Abre la puerta! Quiero que hablemos,
vengo a ofrecerte dinero, dinero, mucho dinero. Abre la puerta o la derribare a
patadas. Y la puerta se movía y se movía. A Benjamín ya no le quedo otro
recurso que vomitarse y ya no supo más.
Casi al amanecer, regreso Juan, y toco y
golpeo la puerta en repetidas ocasiones, llamo a gritos a su hermano y tampoco recibió
respuesta, temiendo lo peor fue a buscar gente de otros ranchos con ayuda de
ellos pudieron abrir la puerta, cuál sería su sorpresa al encontrar a Benjamín
tirado en el suelo totalmente desnudo (Ocelot dice: "El sombrerón lo hizo
suyo una y otra y otra vez") delirando por la fiebre y con
los ojos desorbitados.
Atendieron lo mejor que pudieron al
muchacho, pero no fue posible salvarlo y murió no sin antes murmurar entre
estertores de la muerte: Soy rico, muy rico. Al fin soy rico, rico.
La gente del pueblo decía, que había sido
el sombrerón un espíritu maligno que ofrece dinero a cambio del voto alma de algún desdichado que
no tiene el valor de maldecirlo y decirle una sarta de majaderías y corretearlo
con machete orinado.
Hasta pronto amigos lectores nos vemos en
la próxima, gracias por leer esta narración, un poco chusca.
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