ASALTO DE PUEBLA
2 DE AB RIL DE 1867.
A las 3 menos 15 minutos de la mañana del día 21 de abril de 1867, el
General Porfirio Díaz, dió la orden de romper el fuego en brecha sobre las
trincheras del Carmen y cuando estuvieron agotadas las municiones de artillería
que no eran muchas, ordenó el movimiento de la primera columna de ataque
falso. Esta marchó vigorosamente sobre la trinchera del Carmen, siendo recibida
desde que el enemigo pudo sentir su movimiento, con vivo fuego a metralla y
retrocedió en desorden y con fuertes pérdidas, como unos 100 metros antes de
llegar a la trinchera, pues su ataque era largo y en llanura limpia.
Destacó inmediatamente a la segunda columna que llegó hasta la contraescarpa y
fue también rechazada, y luego la tercera que avanzó un poco más, pues no sólo
llegó a la contraescarpa sino que intentó pasar el foso y dejó algunos
cadaveres dentro de él, y fue también rechazada.
En estos momentos, mandó un toque
convenido de clarín, dió la orden de incendiar el lienzo preparado, que
significaba la orden de asalto general y que niguno podía dejar de ver, puesto
que estaba en la cúspide del mismo cerro.
Aquel silencio que había
permanecido toda la noche se vió interrumpido de pronto por un fuego general,
tanto de las columnas asaltantes, como de los defensores de las trincheras y de
los coronamientos que el enemigo tenía en los edificios altos y balcones, que
formaban un canal de fuego por donde los asaltantes tenían que pasar antes de
tocar una trinchera.
El General en Jefe de la Línea de
Oriente de este ataque había reunido un gran número de Jefes y Oficiales que
sucesivamente se le habían ido presentando y que no teniendo servicio que
darles, los había armado y formado con ellos una Legión de Honor, pero a media
noche de la víspera del ataque los dividió previamente en grupos de a cinco
hombres, armados todos con mosquetes cortos y ordenes a cada Jefe de grupo que
se posesionaran de las escaleras que estaban abandonadas en la parte de la
ciudad que ocupaban éllos y que habían pertenecido al servicio de alumbado
público, para que en los momentos que las columnas iniciaran sus respectivos
ataques, estos grupos escalando los balcones de todas las manzanas que estuvieran
ecerradas entre dos ataques y por las azoteas o por las horadaciones, vinieran
a introducir el desorden entre los edificios de dichas cuadras que a la sazón
debían estar preocupadas en las defensas de sus respectivas trincheras.
Distribuyó otra parte de esa Legión
de Honor, en grupos de cuatro personas cada uno y designó a cada grupo una
manzana para que colocado un oficial en cada esquina, por donde ya hubieran
pasado las columnas de asalto, hicieran el servicio de policia para evitar los
desmanes que la tropa vencedora intentara cometer en la ciudad. La señal
para el movimiento de esos grupos, sería el paso de las columnas.
El fuego vivísimo de la fusilería y
de cañón no duraría en todo su vigor, arriba de 10 minutos, y a los 15 minutos
ya no quedaban defendiendose mas que las torres de Catedral y las alturas de
San Agustín y del Carmen, las columnas rechazadas por el Carmen, volvieron de
nuevo a la carga y penetraron por el mismo punto por donde habían sido
rechazadas, cuando el ataque se hizo general en toda la ciudad.
Los cerros que no sólo no habían
sufrido ataque alguno sino que habían sido reforzados con la mayor parte de los
prófugos de la ciudad, hacían fuego de artillería muy vivo sobre toda ella; y
principalmente sobre las calles por donde podían ver las masas de los soldados
republicanos, pues esto pasaba cuando ya la luz del día era clara.
El enemigo habia tenido cuidado de
situar sus trincheras al principio de cada calle, con objeto de que la
continuacion que le servia de campo de tiro fuera ocupada respectivamente por
tiradores que metia por horadaciones de uno y otro lado hasta la esquina en
cada caso; por consiguiente, los asaltantes de cada trinchera tenian antes de
tocarla, que penetrar por un canal de fuego que despedian las ventanas bajas,
las aspilleras, los balcones y las azoteas, más el fuego de artillería y
fusilería que a lo largo de la calle despedia la trinchera. En algunos casos
ese canal de fuegos laterales era de hasta cien metros de largo.
En estas condiciones estaba la
trinchera de la calle de la siempreviva que tocó asaltar al comandante Carlos
Pacheco que peleo con gran brio. Al comenzar su asalto no solo lanzaban desde
las azoteas granadas de mano y tiros de fusil, sino grandes granadas puesto que
solo tenian que encenderlas y dejarlas caer. Un casco de esas granadas hirió al
comandante Pacheco en una pantorrilla y sin embargo de que perdia tambien
muchos hombres en su columna, avanzo hasta la trinchera. Arrojados alli los
sacos de paja que traian muchos de los soldados con objeto de pasar los fosos,
pudo pasar Pacheco uno de los primeros y alli tambien fue herido en una mano.
Siguio sin embargo hasta la esquina de la plaza, y alli un tiro de metralla
disparado desde el atrio de catedral, puso fuera de combate a algunos de los
soldados de su columna y a él le rompió el muslo izquierdo. En esos momentos
uno de sus soldados lo tomó en brazos para pasarlo por un lugar menos enfilado
por los fuegos del enemigo y otro golpe de metralla le rompio el brazo derecho
y los dos al soldado que lo conducia. Era el momento que llegaban a la plaza
las primeras columnas asaltantes que mandaba el coronel Luis Mier y Teran y el
coronel Juan de la Luz Enriquez.
El Teniente Coronel Juan de la Luz
Enriquez, tuvo ocasión de proteger a los Tenientes Figueroa y Santiago.
Porque se batian fuertemente con una fuerza replegada en el Portal del
Cazador, en donde fué gravemente herido y muerto poco después el Teniente
Santiago Pou, de origen español.
Esta batalla lo calificó El General
Porfirio Díaz, como un acto heroíco, llena de actos de entrega y arrojo de sus
subordinados que sin la educación necesaria y solamente movidos por un gran
valor asaltaron las fortificaciones y tomaron la línea de defensa a pesar del
nutrido fuego de fusilería y de las granadas de mano que se les arrojaba de los
balcones y azoteas lucharon como verdaderos hombres de acción, para obtener
esta importante victoria durante la Guerra de Intervención Francesa.
A continuación el parte que brindó
el General Porfirio Díaz, al Ministro en Washington, con respecto al asalto y
toma de Puebla.
"Acabamos de tomar por asalto
la Plaza, el Carmen y demás puntos fortificados que el enemigo tenía en la
Ciudad de Puebla, quitándole un numeroso tren de artillería y un depósito
abundante de parque. Don Mariano Trujeque, Don Febronio Quijano y otros 20
Jefes y Oficiales traidores fueron hechos prisioneros y fusilados con arreglo a
la Ley.
Una parte de la guarnición enemiga
se ha refugiado en los cerros de Loreto y Guadalupe, en espera del auxilio que
trae, Don Leonardo Márquez y éste, según los informes de mis exploradores,
pernoctó ayer en San Nicolás con una división de 3 mil o 4 mil hombres y diez u
ocho piezas de artillería. Aun no puedo decir a usted las operaciones que
me propongo ejecutar, pero si me creo en aptitud de asegurarle, que los cerros
sucumbirán y Márquez será batido si no regresa luego que sepa el reves que
sufrieron sus complices.
En uno u otro caso, muy
pronto estaré sobre el valle para acudir en auxilio del Ejercito del Norte o
emprender sobre México, según mejor convenga.
Sírvase usted poner lo expuesto en
el conocimiento del C. Presidente de la República.
Independencia y República,
Zaragoza, 2de abril de 1867.
-Porfirio Díaz-C. Ministro de
Guerra y Marina."
CAPITULACION DE LOS CERROS DE
LORETO Y GUADALUPE
4 DE ABRIL DE 1867.
Ocupada la ciudad, quedaban los cerros de Loreto y Guadalupe, que por
espacio de dos o tres horas gastaron muchos proyectiles sobre el ejército de
Gobierno.
El primer cuidado del General Díaz
fue recoger toda la artillería que el enemigo había dejado en los puntos
retrincherados de la plaza y comenzar a moverla hacía los cerros con objeto de
preparar un nuevo asalto iniciado con un cañoneo general y vigoroso.
El General Francisco Leyva que
había sido llamado el 1o. de abril con objeto de que tomara parte en el asalto,
no pudo estar a la hora citada, porque era mucha la distancia, y el General
Díaz no podía anticiparle más el aviso por temor de que se precipitara.
Así es que llegó entre nueve y diez de la mañana con 1,000 caballos,
1,000 infantes y dos obuses de montaña.
Una vez tomada la plaza casi no
había un saldado de los que tomaron parte en el asalto que conservara un
cartucho en su cartuchera, pero entre los distintos almacenes que tenía el
enemigo, había en el Convento de Santa Inés una gran catidad de municiones. De
suerte que mandó municionar tanto a los asaltantes como a la fuerza que había
qudado de reserva, cuyas cartucheras habian vaciado para mal surtir las
de los primeros, y procedió al trabajo de incorporar en los batallones a los
prisioneros de clase de tropa asegurando convenientemente a los Jefes y
Oficiales. Distribuyó el vestuario que el enemigo tenía en sus almacenas e hizo
todos loas preparativos necesrios para pasar una revista de guerra el día
siguiente.
En todo el dia 3 estuvo colocando
tuberías en obras pasajeras que tenian por objeto batir a los dos cerros.
como disponía de toda la artillería y las municiones que había dejado el
enemibo, que eran muchas, comprendió bien el enemigo los resultados del cañoneo
con que iba a iniciar el ataque. Además había visto llegar el día 2 a las
nueve de la mañana al General Leyva co 2,000 hombres de las tres armas, y sabía
que aun en el caso de que de que llegara la columna de Márquez, su protección
no sería del todo eficaz, pues habían podido medir el brío de las columnas que
lo habían asaltado el día anterior. En consecuencia de ésto, a las 3 de la
mañana del día 4 se desprendió del cerro de Guadalupe un oficial con una
linterna y un clarín que tocaba parlamento,
El General en Jefe General Díaz,
mandó que fuera respetado y conducido al Cuarte General, con las precauciones
prescritas para estos casos. Como se había impedido la comunicación entre
los dos carros, el de Loreto, a ejemplo del de Guadalupe mandó también un
portapliegos, con objeto de pedir algunas garantías, mediante las cuales
rendirían sus defensores. Intencionalmente, no volví al portapliegos, ni quiso
contestar a ninguno de los dos y a las 5 de la mañana vino un segundo enviado
del cerro de Guadalupe y en seguida otro de Loreto, repitiéndo las mismas
peticiones.
Como eso era ya un asunto muy
avanzado de madurez, le manifestó al segundo enviado del cerro de Loreto que
fuera a decir a su Jefe que sólo esperaba la luz del día, que ya comenzaba a
alumbrar para iniciar un ataque, y por esa circunstancia no le contestaba por
escrito, porque eso le obligaría a perder momentos que para él eran preciosos,
que dijera a su Jefe que no tenían más remedio que rendirse a discreción: que
si el Jefe contestaba afirmativamente subiera al plano de fuegos de la
fortificación y parado allí abriera su capa con los brazos; que a esa señal, él
que quedaba parado al descubierto al pie de la colina subiría o mandaría un
comisionado que recibiera la fortaleza.
Quiso proceder primero respecto del
Fuerte de Loreto, sin tocar el de Guadalupe, porque este, al ver que
Loreto se rendía se daría prisa por hacer otro tanto, y en efecto así pasó,
pues al entrar el Jefe Comisionado que debía recibir los prisioneros y
materiales de Loreto, salieron en persona del fuerte de Guadalupe, los
Generales Noriega y Tmaríz que eran General en Jefe el primero y Contra Maestre
el siguiente de la Plaza de Puebla. El Héroe Nacional subió a recibirlos
entre Loreto y Guadalupe y como hablaban los dos simultaneamente, preguntó
quien era el General en Jefe con quien debía entenderrse. El General Tamariz le
dijo que lo era el General Noriega. El General Noriega contestó que eso
era exacto; pero que habiéndose enfermado desde el dia anterior, el mando había
recaído en Tamariz, así es que mandó que Noriega entrara a la Fortaleza y
quedar el General Tamariz hablando con él puesto que era el que ejercía el
mando. Despues de algunas palabras en que Tamariz insistía en pedir
garantías y habiéndole contestado que eso no era posible porque haría muy mal efecto
al decoro de las fuerzas sitiadoras y principalemnte a su Jefe, pero que podía
volver a su fortaleza, seguro que no dispararía un tiro antes que el entrara.
Entonces Tamariz le ofreció su espada que no recibió, diciéndole que todavía
tenía que ejecutar algunas providencias conducentes a su rendición
incondicional; que se la ciñera y volviera con élla a la fortaleza haciéndo
salir a todos sus soldados formados y sin armas, primero a la tropa y despues a
los Jefes y Oficiales.
Mandó recibir a unos y otros
y conducirlos a la ciudad a las respectivas prisiones que les señaló.
Al ver que los oficiales que salian
no tenían equipajes, les dijo que podian volver a su posición para tomarlos y
salir con todo lo que les pertenecia, menos armas y caballos.
Despues de haber reconocido las dos
fortalezas y dado las órdenes conducentes a la conservación y almacenaje de los
materiales y cuando volvió al Palacio Municipal, que había tomado por
alojamiento desde el día de asalto, los Generales que estaban presos en un
departamento del mismo palacio, solicitaron hablarle y le suplicaron que les
permitiera la entrada de algunas personas de su familia, con quienes deseaban
comunicarse, así como la de sacerdotes católicos y notarios, porque
tenían que hacer algunas disposiciones y le suplicaron les dijera de
cuanto tiempo podían disponer para hacer sus arreglos. El General Porfirio Díaz
Mori, les contestó que podían tranquilamente ejecutar cuando quisieran hasta
las tres de la tarde.. Cuando esto pasaba serían las ocho y media de la
mañana. Además ordenó enseguida que se les pasara utiles de escritura,
papel sellado de todas clases y que se les aumentara algunas piezas más, para
que pudieran separarse sucesivamente en compañía de los sacerdotes que
concurrieran a su llamamiento. Como se darán cuenta el General Díaz era
un hombre cabal, justo, de buenos sentimientos, todo un caballero, pero las
circunstancias, el tiempo de guerra, lo obligaron a tomar decisiones que no
siempre le parecian bien a todos, pero eran necesarias para
conservar la paz en nuestro territorio.
Los prisioneros pasaron el tiempo
hasta las tres de la tarde en confesarse y hacer sus disposiciones
testamentaria, mientras el General díaz se dedicaba a sus multiples
ocupaciones.
Como a las tres y media de la
tarde, fue a decirles que tomaran sus sombreros y salieron con él. Los condujo
personalmente y sin más escolta que sus ayudantes; al Palacio Episcopal donde
estaban los prisioneros de Coronel a Subteniente que serían como 500 y
donde estaban también los obispos a quienes había notificado de prisión.
Una vez estando allí y estando
todos juntos, les manifestó que según las Leyes vigente todos estaban sujetos a
la pena de muerte; pero que tratandose de un número tan grande, le parecía que
el Gobierno, cuando tuviera conocimiento del caso haría alguna concesión, y que
para eso era necesario conservarlos en prisión muy rigurosa, y él que acababa
de sufrirla, sabía cuan penosa era, y quería evitarles ese sufrimiento si se
comprometían bajo su firma a presentarsele cuando él los llamara por la
prensa si así se lo exigía el Gobierno; que procedía él así para no privarlos
de su libertad y por la gran confianza que tenía en la victoria de la
República, aún en el caso de que éllos fueran desleales a sus compromisos.
Todos contestaron conmovidos que se sometian y comenzaron a firmar el
documento de compromiso que les hizo leer en voz alta, quedando en libertad
según iban firmando.
El General Tamariz le manifestó
siempre al General Díaz (he aquí un hombre agradecido, como ya casi no existen)
mucho agradecimiento por su comportamiento con él y los demás prisioneros, y
cuando el General Díaz tenía que pasar por Puebla se esforzaba por
demostrarselo.
El General en Jefe de la Línea de
Oriente, hizo extensiva la orden de poner en libertad el mismo día 4 a todos
los prisioneros que conservaba de las batallas de Miahuatlán, La Carbonera,
Toma de Oaxaca y Asalto de Puebla, que los extranjeros que quisieran residir en
el país quedan sujetos a las mismas condiciones, y los que deseaban salir de la
República podrían hacerlo libremente. E informó al Ministro de Guerra la
rendición de los Fuertes, sin derramamiento de sangre.